"He vivido muchas veces y he dado miles de últimos abrazos"
Una ley que no compensa -Domina la retórica del amor, pero conoció este sentimiento a los 41, cuando dejó el cautiverio.
-Claro, porque viví tres años de guerra, que engarcé con los veintitrés de cárcel. El amor era una asignatura pendiente, y lo conocí con muchas dificultades. Tuve una difícil adaptación a la vida, y el amor me creaba muchos complejos.
-¿Le satisface la polémica Ley de Memoria Histórica?
-He leído el proyecto que va a presentarse mañana (por hoy), y creo que es insuficiente porque se ha escamoteado el tema fundamental: que se cancelen todos los procesos y condenas de la dictadura, que es lo congruente con la declaración sobre el régimen de Franco efectuada por el Parlamento en 2002. Aunque la ley se apruebe, hay que seguir luchando por ello.
-¿Es su biografía un acto de necesidad o de justicia?
-La he escrito sobre todo para la gente que no nos conoce y que tiene de nosotros una idea equivocada, y a veces prefabricada y monstruosa.
-¿Qué siente cuando ve subsistir vergüenzas como Guantánamo?
-Es una muestra de que el mundo está dominado por Bush, y de que, mientras se habla de libertad en otros países, estos presos están sometidos a torturas horribles. Es, efectivamente, una vergüenza de nuestro tiempo.
DAVID FUENTEFRÍA, S/C Tfe
Fernando Macarro Castillo (1920) se llama Marcos Ana, como sus padres jornaleros. Seres humildes a los que el poeta salmantino honra en sus libros, como procura honrar en vida a los coprotagonistas de su amarga historia como el poeta de la Guerra Civil con más años de condena a sus espaldas (veintitrés ininterrumpidos en las cárceles franquistas), y a punto dos veces de ser fusilado. El escritor presentó ayer en Tenerife su autobiografía, "Decidme cómo es un árbol", crónica de un sentir y de un exilio tan marcados por el compromiso que valdrían a Saramago, su prologuista, para ensayar de nuevo sobre la lucidez.
-Usted, que ha padecido su carestía, ¿cree que el mayor problema de la libertad es no saber qué hacer con ella?
-Muchas veces nos parece que la libertad ya se ha alcanzado. Pero no: la libertad es una lucha permanente por abrir nuevos horizontes y por profundizar en la democracia. Libertad no es una palabra, sino un contenido que hay que desarrollar, y pese a que la amenaza hoy no es tanta como parece, lo cierto es que siempre hay un riesgo de que nos relajemos y no nos demos cuenta de que la ley del progreso obliga a seguir adelante. Afortunadamente, hoy tenemos un régimen en el que las cosas pueden discutirse, y por eso veo absurda la crispación a la que estamos sometidos estos días porque están cerca las elecciones, y por otras causas completamente ajenas a los problemas de los ciudadanos. Hoy se habla de cuestiones artificiales como la bandera, cuando quienes dividieron España fueron los que se sublevaron contra la República, así que no nos vengan ahora con el cuento de que quieren romper España porque es absurdo, es despertar fantasmas para incitar a la gente y sembrar el miedo. Bastante miedo hemos pasado ya con cuarenta años de terror; ahora lo que hay que hacer es vivir con tranquilidad y defender nuestras ideas sin degollarnos. Creo que hay que abundar en un sentido más profundo de la libertad; hay quien piensa que ya se ha llegado al paraíso con una libertad pobre. Sobre todo los jóvenes, en quienes hemos sembrado nuestra historia. Cada generación tiene la razón de su tiempo, de modo que los veteranos deben acercarse a ellos y saber qué quieren, porque, si no, no podremos descifrar los signos del futuro. Como ellos dicen, "otro mundo es posible", pero hay que luchar por él.
-¿Se siente un símbolo?
-La vida me ha hecho tal, primero por ser el preso con más años de cárcel, y el primero que defendió Amnistía Internacional. Cuando salí, en vez de enfrentarme con los problemas cotidianos, como otros compañeros, el aparato clandestino me sacó enseguida de España y recorrí el mundo, por lo que, en ese sentido, fui un privilegiado. He conocido la pena de muerte, la tortura y las humillaciones, pero después la vida se portó conmigo muy generosamente. Una suerte que no tuvieron otras personas a las que yo llamo "héroes oscuros", gente anónima y sencilla sin la que no hubiera funcionado el engranaje de nuestra lucha. Por esta razón me niego a ser agasajado y a los homenajes individuales. Prefiero que sean colectivos porque pienso en estos compañeros, para los que la libertad fue un problema, el problema de integrarse en la vida o de encontrar un trabajo. Conozco sus rostros, y los problemas de sus familias, y cuando salí en libertad me pidieron que no les olvidara. Una esperanza que yo convertí en un compromiso que he mantenido toda mi vida, llevando su mensaje a todas partes.
La luna en un ventanuco
-¿Alguna vez llegó a caberle el cielo en el marco de una ventana?
-Lo veía, y algunas noches me costó castigos. Tenía la costumbre de subirme a un pequeño tragaluz, en noches de luna llena interrumpidas a veces por los camiones de la muerte, que arrancaban con compañeros a los que iban a fusilar en el cementerio de Yepes. En las noches de plenilunio, yo podía escribir. Tengo un poema que dice "Qué triste ver mis manos doradas por la luna". Una vez, sin percatarme de que mis alpargatas estaban mojadas, gateé para agarrarme más a la reja y ver la noche, dejando unas marcas. Al llegar los guardianes y verlas, pensaron que me quería fugar. Yo les dije que no, que sólo quería ver la luna, pero en la cabeza de esa gente tal cosa no cabía. "¿Quieres ver la luna? Pues ahora vas a ver las estrellas", me dijeron. Estuve 107 días en una celda a ciegas, con lo que me gustaban los cambios. Ver los infinitos dedos de la lluvia cuando había tormenta, y, en definitiva, cualquier cosa que representara la vida.
-¿Las privaciones aguzan el sentido poético o esto es sólo un mito?
-Creo que sí; es como cuando el desamor o la pérdida producen mejores poemas que el amor mismo. La pérdida de la libertad y la tragedia que vivimos diariamente desató el sentimiento poético. Casi siempre eran poemas estremecidos, pero también había cantos a la vida, y ante todo una salida para mí mismo: la del placer dulce de crear, la de esgrimir la poesía como un arma para luchar por mi libertad y la de mis compañeros y para tocar el corazón de la gente. Yo saqué mis primeros poemas a la calle por la vía clandestina como el náufrago que lanza una botella al mar, sin saber qué iba a pasar. Fue realmente emocionante recibir mi primer libro impreso.
-¿Qué rostro tiene la muerte?
-Puedo decir que he vivido muchas veces, porque sentía las descargas contra mis compañeros, y el silencio aún peor al escuchar los tiros de gracia. He dado miles de últimos abrazos a quienes iban a ser fusilados y tengo sus rostros en mi pensamiento, pero también me siento feliz por que hoy tengamos un régimen de diálogo.
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